En 1963, un propietario turco se tropezó con algo que haría caer las mandíbulas de los aficionados a la historia: la entrada a la ciudad subterránea de Derinkuyu.
Este no es cualquier sitio ordinario; es una colosal maravilla subterránea que se remonta a alrededor del 1200 a. C., inicialmente construido por los hititas, ampliado por los frigios, y se convirtió en un escondite cristiano temprano.
Estamos hablando de un laberinto que se hunde 18 niveles en la profundidad de la tierra, con capillas, establos e incluso áreas dedicadas a la producción de vino y aceite de oliva. La audacia de este antiguo santuario es sorprendente—podría retener hasta 60.000 personas, ofreciendo refugio durante invasiones y conflictos que sacudieron la región a través de los tiempos.